12.19.2011

Baile sobre el piano


Me gusta tu cuerpo. Tu piel es tan tersa... y tan suave... y tan tierna... ¡ay!... y tan cálida... parece que los poros de tu piel estén siempre susurrando, dejando escapar bisbiseos de aire para volverse tu cuerpo ágil y movedizo.

Te acercas, no sé si porque yo me acerco o es que me acerco yo al verte. No sé quién ha empezado a acercarse primero. Me das la mano, solo la mano derecha. Y quiero más de ti. Tú lo sabes, no pecas de ingenuo, sabes que quiero tu cuerpo entero, que quiero tu alma entera aquí, que te deseo solo a ti y ahora. Pero solo me ofreces tu mano y entrecruzas tus dedos con los míos. Y dejas, con consciencia, mi otra mano libre para que te toque, pero no me dejas: "Es demasiado pronto".

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12.17.2011

A tu boca, antes del coito


A tu boca,
que nunca me será ajena.

Antes del coito,
besar, ser mujer...
El amor ascendía entre nosotros...
En el fondo de la luz
y de la sombra de tus ojos...
La boca...
Tu boca maravillosa,
Tu boca honesta;
llegó tan hondo el beso...
A orillas de tu vientre,
salvo tu ombligo todo es peludo...
y tus ojos se te van
a mis entrañas,
antes del coito.






Vértigo erótico


Les pors. La xocolata entrant pel nas i sortint per les orelles.
Un niño de juguete juega bailando dentro de tu pupila con tu clítoris intacto.
Tu clítoris está enfermo de racionalismo occidental,
pero en realidad funciona por impulsos elecromagnéticos.
                                                                                            Lo intuyes.
Solo con ingestas de alcohol logra desanudarse de los nudos marineros
            que le enseñaron a forjar en la Escuela Normal.
El cerebro te acigala,
                                       y la entraña del deseo te aprieta los senos con fuerza.

Un mordisco en la cintura, un golpe seco en los genitales, dos pinzas en cada pezón;
la pinza de madera en el clítoris deja al paso cicatrices de placer,
pero no hay mejor modo de desintegrar los principios de la razón vestida.

Una camiseta verde desgarrada. Un lametón en la planta del pie.
                                                             Y en el empeine peludo de un hombre salvaje.
Los dedos intentan arrancarte la piel. Y la piel, desarticularte el alma.
Un pene se abre paso. Los pelos del ombligo vociferan de pudor. Las ingles te acorralan.
                 Un suave gemido se vuelve descomunal entre tu boca y mi oreja.

Y al fin, Una cabeza en la playa, frente al mar, con el cuerpo enterrado,
tratando de llegar su lengua a un muslo vigoroso.
Otra cabeza, descansada, reposa sobre el respaldo y observa a la mujer que se abre de piernas, pata a pata, para ser comida de cabo a coño.
Se busca camilla de ginecólogo.
   
Un trillón de espirales bailan el bugui-bugui entre intestino grueso y intestino delgado.
Se acaban tirando, de cabeza, a la piscina, uno a uno. Se pierden.                                

A veces el miedo palpita de furor. Quiere deshacerse a sí mismo. Orgasmo emocional.
Solo hay que sacarse las horquillas que mantienen inmune el coño en su posición normal.
Enredarse el alma, caminar por las estrellas sin saber mirar abajo.
No hay vértigo mayor que el que se piensa que no puede deshacerse.